Himno al Espíritu Santo
¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!;
pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado!,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga;
matando, muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores,
calor y luz dan junto a su Querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!
Concédeme el deseo de imitarte
Concédeme o Cristo
un constante deseo de imitarte
en todas mis acciones.
Ilumina mi espíritu, para que contemplando tu ejemplo,
aprenda a vivir como tú has vivido.
Ayúdame, Señor, a renunciar
a todo lo que no es plenamente
a honor y gloria de Dios.
Y esto por amor tuyo Jesús,
que en la vida querías hacer en todo
la voluntad del Padre.
Oh Señor, haz que yo te sirva
con amor puro y entero,
sin esperar en cambio
éxitos o felicidad.
Que yo te sirva y te ame, oh Jesús,
sin ningún otro propósito
que tu honor y tu gloria.
Amén
Ayúdame a llevar mis cruces
Vuestro emblema fue siempre padecer y ser despreciado.
¡Oh, si pudiese yo al menos resignarme en mis tribulaciones,
ya que no soy tan generoso como tú en el padecer y ser despreciado!
A ti, pues, que en tantos sufrimientos fuisteis siempre paciente,
resignado y gozoso, a ti me encomiendo
para que me enseñéis a resignarme en mis muchas penas.
Tampoco me faltan fuertes pesares y pesadas cruces,
y muy a menudo cansado y desalentado me quedo…,
me abato…, y caigo. Ten compasión de mí,
y ayúdame a llevar con resignación y gozo mis cruces,
con la mirada siempre vuelta al cielo.
Os tomo por protector mío, por mi maestro y mi guía aquí en la tierra,
para ser vuestro compañero en la patria del Paraíso.
Tú encuentras a quien te desea
¡Oh, Señor Dios mío!,
¿quién te buscará con amor
puro y sencillo
que te deje de hallar
muy a su gusto y voluntad,
pues que tú te muestras primero
y sales al encuentro a los que te desean?
En Ti mi alma no se desperdicia
¡Oh, cuán dulce será a mí la presencia tuya, que eres sumo bien!
Allegarme he yo con silencio a ti y descubrirte he los pies
porque tengas por bien de me juntar contigo en matrimonio a mí,
y no holgaré hasta que me goce en tus brazos
Y ahora te ruego, Señor, que no me dejes en ningún momento en mi recogimiento,
porque soy desperdiciadora de mi alma.
Comentarios
Publicar un comentario