¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?

 



"Pues él no es el Santo de Dios, sino el Dios santo" Comentario de San Jerónimo


 "¡Oh, qué mente tan perversa: inmerso en la tortura y los tormentos, a pesar de conocer la verdad, no quiere confesarla!"


 "«No es hermosa la alabanza en boca del pecador». No necesito el testimonio de aquel, al que quiero atormentar. «Cállate»"


"«Sal de este hombre»: no quiero que tú poseas al hombre; es para mí una injuria que habites tú en el hombre, siendo yo el que habita en él. Yo asumí el cuerpo humano, yo habito en el hombre. Esa carne que posees es parte de mi carne, por tanto, sal del hombre."




Comentario de San Jerónimo al Evangelio de san Marcos 1, 21-28    

El poder sobre el mal


Entran en Cafarnaúm. ¡Feliz y hermoso!: dejan el mar, dejan la barca, dejan los vinculas de las redes, y entran en Cafarnaúm. El primer cambio es éste: dejar el mar, dejar la barca, dejar el antiguo padre, dejar los antiguos vicios. Pues en las redes y en los vínculos de las redes se dejan todos los vicios. Fijaos bien en el cambio. Dejan todas las redes, y al dejarlas, ¿qué encuentran? «Entran— dice el evangelista—en Cafarnaúm»: en el campo de la consolación. CAPHAR significa campo, NAUM significa consolación. O si queréis, teniendo en cuenta que la lengua hebrea permite múltiples significados y que, según la distinta pronunciación, una palabra puede tener sentido diverso—NAUM significa no sólo consolación, sino también hermoso.


Entran en Cafarnaúm y, al llegar el sábado, entró en la sinagoga y les enseñaba: que abandonaran el ocio del sábado y asumieran las obras del Evangelio. Les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Pues no decía: «Esto dice el señor», o: «El que me envió dice lo siguiente», sino que hablaba él en primera persona, el mismo que había hablado por medio de los profetas. Una cosa es decir: está escrito, otra decir: esto dice el Señor, y otra decir: en verdad os digo. Fijaos en otro pasaje: «Está escrito, dice, en la ley: no matarás, no repudiarás a tu mujer». Está escrito. ¿Por quién está escrito? Por Moisés, mas ordenándoselo Dios. Si está escrito por el dedo de Dios, ¿cómo te atreves a decir: en verdad os digo, si no eres tú mismo, el que antes diste la ley? Nadie se atreve a cambiar la ley, si no es el rey. La ley la dio ¿el Padre o el Hijo? Responde, hereje. Acepto de buen grado lo que digas: para mí han sido los dos. Si la dio el Padre, también es el Padre quien la cambia, luego el Hijo es igual al Padre, porque la cambia juntamente con quien la dio. Sea que él la dio, sea que él la cambia, la misma autoridad demuestra al haberla dado que al haberla cambiado, cosa que nadie puede hacer más que el rey.


Se admiraban de su enseñanzas. Yo me pregunto: ¿Qué había enseñado de nuevo? ¿Qué de nuevo había predicado? Decía por sí mismo las mismas cosas que habían dicho los profetas. Mas se admiraban por esto, porque enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. No enseñaba como un maestro, sino como el Señor: no hablaba, apoyándose en otra autoridad superior, sino que hablaba él mismo con la autoridad que le era propia. Hablaba así, en definitiva, porque con su propia esencia estaba diciendo lo que había dicho por medio de los profetas. «Yo, que hablaba, he aquí que estoy presente». El espíritu impuro, que antes había estado en la sinagoga y que los había llevado a la idolatría, del cual está escrito: «Habéis sido seducidos por el espíritu de la fornicación», era el espíritu que había salido de un hombre y discurría por el desierto, el que buscó reposo y no pudo hallarlo y que, tomando consigo a otros siete demonios, regresó a su antigua morada. En aquel tiempo, estos espíritus estaban en la sinagoga y no podían soportar la presencia del Salvador. ¿Qué tienen en común Cristo y Belial? Imposible que habiten los dos en la misma comunidad.


Se hallaba en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar diciendo: ¿qué hay entre tú y nosotros? ¿Quién es el que dice: qué hay entre ti y nosotros? Es uno solo y habla en nombre de muchos. Por ser él vencido, comprendió que habían sido vencidos también sus compañeros «y comenzó a gritar». Comenzó a gritar como quien está inmerso en el dolor, como quien no puede soportar la flagelación.


Y comenzó a gritar, diciendo: ¿qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Inmerso en los tormentos y manifestando con sus gritos la magnitud de los mismos, no pone, sin embargo, fin a sus mentiras. Se ve obligado a decir la verdad, le obligan los tormentos, pero se lo impide la malicia. «Qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno» ¿Por qué no confiesas que es el Hijo de Dios? ¿Te atormenta el Nazareno y no el Hijo de Dios? ¿Sientes sus castigos y no confiesas su nombre? Esto respecto a Jesús Nazareno. « ¿Has venido a perdernos?» Es cierto esto que dices: Has venido a perdernos. «Sé quién eres». Veamos lo que añades: «el Santo de Dios». ¿No fue Moisés el santo de Dios? ¿No lo fue Isaías? ¿No lo fue Jeremías? «Antes, dice el Señor, de que nacieras, en el seno materno te santifiqué». Esto se le dice a Jeremías y ¿no fue el santo de Dios? Luego ni siquiera quienes fueron santos lo fueron. Más ¿por qué no les dices a cada uno de ellos: sé quién eres, el Santo de Dios? ¡Oh, qué mente tan perversa: inmerso en la tortura y los tormentos, a pesar de conocer la verdad, no quiere confesarla! «Sé quién eres, el Santo de Dios». No digas el Santo de Dios, sino el Dios santo. Finges saber quién es, pero no lo sabes. Porque una de dos: o lo sabes e hipócritamente te lo callas, o simplemente no lo sabes. Pues él no es el Santo de Dios, sino el Dios santo.


¿Por qué he dicho todo esto? Para que no demos crédito a lo que testifican los demonios. El diablo nunca dice la verdad, puesto que es mentiroso como su padre. «Vuestro padre —dice Jesús a los judíos— es mentiroso, y lo es desde el principio, como su propio padre». Dice que su padre es mentiroso y que no dice la verdad, así como su propio padre, que es el padre de los judíos. Ciertamente el diablo es mentiroso desde el principio, Pero, ¿quién es el padre del diablo? Fíjate bien en lo que dice: «Vuestro padre es mentiroso, desde el principio habla mentira, como su padre». Lo cual significa esto: que el diablo es mentiroso, y habla mentira, y es el padre de la mentira misma. No quiere decir que el diablo tenga otro padre, sino que el padre de la mentira es el diablo. Por ello dice que es mentiroso y que desde el principio del mundo no dice la verdad, o sea, habla mentira y es su padre, esto es, padre de la mentira misma.


Hemos dicho todo esto de pasada, para que nos percatemos de que no debemos aceptar lo que testifican los demonios. Dice el Señor y Salvador: «Esta raza no sale más que con muchos ayunos y oraciones». Y he aquí que veo muchos que se entregan a las borracheras, que eruptan vino, y que en medio de los banquetes exorcizan e increpan a los demonios. Parece que Cristo nos haya mentido, pues dijo: «Esta raza no sale más que con muchos ayunos y oraciones». Así, pues, insisto en todo esto, para que no aceptemos fácilmente lo que testifican los demonios.


En definitiva, ¿qué dice el Salvador? Y Jesús le conminó: Cállate y sal de este hombre. La verdad no necesita del testimonio de la mentira. No he venido para ser reconocido por tu testimonio, sino para arrojarte de mi criatura. «No es hermosa la alabanza en boca del pecador». No necesito el testimonio de aquel, al que quiero atormentar. «Cállate». Tu silencio sea mi alabanza. No quiero que me alabe tu voz sino tus tormentos: tu pena es mi alabanza. No me resulta agradable que me alabes, sino que salgas. «Cállate y sal de este hombre». Como si dijera: sal de mi casa, ¿qué haces en mi morada? Yo deseo entrar: «Cállate y sal de este hombre». De este hombre, es decir, de este animal racional. Sal de este hombre: abandona esta morada preparada para mí. El Señor desea su casa: sal de este hombre, de este animal racional.


«Sal de este hombre», dijo también en otro lugar a una legión de demonios, para que saliera de un hombre y entrara en los puercos. Mira cuán preciosa es el alma humana. Esto contradice a aquellos que creen que nosotros y los animales tenemos una misma alma y arrastramos un mismo espíritu. De un solo hombre es arrojada la legión y enviada a dos mil puercos, lo cual nos hace ver que es precioso lo que se salva y de poco valor lo que se pierde. Sal de este hombre y vete a los puercos, vete a los animales, vete donde quieras, vete a los abismos. Abandona al hombre, es decir, abandona una propiedad particularmente mía. «Sal de este hombre»: no quiero que tú poseas al hombre; es para mí una injuria que habites tú en el hombre, siendo yo el que habita en él. Yo asumí el cuerpo humano, yo habito en el hombre. Esa carne que posees es parte de mi carne, por tanto, sal del hombre.


Y el espíritu inmundo, agitándolo violentamente... Con estos signos mostró su dolor. «Agitándolo violentamente». Aquel demonio, al salir, como no podía hacer daño al alma lo hizo al cuerpo y, como de otro medio no podía hacer comprender, manifiesta con signos corporales que ha salido. «Y el espíritu inmundo, agitándolo violentamente...». Porque allí estaba el espíritu puro que huye del espíritu impuro.


Y, dando un grito, salió de él. Con el clamor de la voz y la agitación del cuerpo puso de manifiesto que salía.


Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros... etc. Leamos los Hechos de los Apóstoles, leamos los signos, que hicieron los antiguos profetas. Moisés hace signos y ¿qué dicen los magos del faraón? «Es el dedo de Dios». Es Moisés el que los hace y ellos reconocen el poder de otro. Hacen después signos los apóstoles: «En el nombre de Jesús, levántate y anda». «En el espíritu de Jesús, sal». Siempre es nombrado Jesús. Aquí, sin embargo, ¿qué dice el señor? «Sal de este hombre». No nombra otro, sino que es él mismo el que les obliga a los demonios a salir. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto? ¿Qué es esta enseñanza nueva?. Que el demonio hubiera sido arrojado no era nada nuevo, pues también solían hacerlo los exorcistas hebreos. Más, ¿qué es lo que dice? « ¿Qué es esta enseñanza nueva»? ¿Por qué nueva? Porque manda con autoridad a los espíritus inmundos. No invoca a ningún otro, sino que él mismo ordena: no habla en nombre de otro, sino con su propia autoridad.


Y bien pronto su fama se extendió por toda la región de Galilea. No por Judea, ni por Jerusalén, pues los doctores judíos, llenos de envidia hacia Jesús, no dejaban que su fama se extendiera. En definitiva, Pilato y los demás pudieron comprobar que los fariseos habían entregado a Jesús por envidia. ¿Por qué digo esto? Por lo de que su fama se extendió a toda Galilea. A toda Galilea llegó su fama y no llegó siquiera a una sola aldea de Judea. ¿Por qué insisto en ello? Porque el alma que ha sido poseída de una vez por la envidia, difícil es que acoja las virtudes. Es casi imposible hallar remedio para un alma, a la que haya poseído la envidia. En definitiva, el primer homicidio y el primer parricidio los hizo la envidia. Dos hombres había en el mundo, Abel y Caín: el Señor aceptó las ofrendas de Abel y no aceptó las de Caín. Y el que hubiera debido imitar la virtud, no sólo no lo hizo, sino que mató bien pronto a aquel, cuyas ofrendas había aceptado el Señor.






 Evangelio según San Marcos 1, 21-28


Jesús entró en Cafarnaúm, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”.

Pero Jesús lo increpó, diciendo: “Cállate y sal de este hombre”. El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un alarido, salió de ese hombre.

Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y éstos le obedecen!” Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.







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